«El último deseo»

La conocí siendo muy pequeño, no puedo casi rastrear la primera imagen de su recuerdo en mi memoria. Sería complicado identificar el recuerdo real, del deseo de tenerlo, y mucho más distinguir hasta dónde llega el velo de fantasía que lo cubría. Tengo la imagen nítida de una sensación, la de un ser que capturó una mirada y la cautivó para siempre.

Ella era mucho mayor que yo, siempre lo había sido, y aunque yo hubiese nacido cien años más tarde, lo seguiría siendo. Desde aquella primera vez, cuando dejó su imagen clavada en mi retina infantil, la amé sin ni siquiera saber que era amar. Ligado a ese amor primordial, dejé de temer a la noche y a sus voraces sombras, dejé de amedrentarme ante la soledad, y supe que ya nunca estaría sólo, aunque fuese el último habitante de la tierra.
Nunca he creído en dios excepto ahora, cuando se acerca mi final. Entiendo que debe ser una reacción a la química que genera el miedo. Miedo a dejar de existir, y a caer en la insustancialidad a la que te reduce la nada eterna. Creo que esa perspectiva es la causa de la rebelión de mi ser que, junto a un puñado de sentimientos y dudas alimentados durante su existencia, ha abrazado la idea de dios, para tratar de conquistar así la eternidad. No quiero formar parte del reactor nuclear de una supernova, que desparrame mis átomos, en su último y luminoso alarido, quiero sentir, mantener mi singularidad, mi consciencia, su lejano perfume. Necesito creer que cuando deje de existir este cuerpo, desde el que escribo mi última voluntad, la podré seguir amando a lo largo de la eternidad. Ese es motivo por el que le abro la puerta a un dios, que me permita vagar por mil mundos y dimensiones, por mil vidas y existencias, por un cosmos infinito en los caprichosos brazos de la predestinación, con la única e invariable condición de tenerla siempre conmigo. Esta es mi voluntad, y al umbral de lo desconocido, la entrego, rememorando como he llegado a este momento.

Decidí ser cosmonauta, el día en que la sentí formando parte de mi ser. Quería impresionarla, algo quizá muy común, cuando deseas asaltar un corazón ajeno que te tiene atrapado. Está en el Adn de todos los seres vivos. Las plantas se visten con los mejores perfumes, y huelen a todos los colores imaginables, sólo por impresionar, porque necesitan trascender y para ello enamorar. Los animales acometen las más peligrosas hazañas, pelean hasta morir, se disfrazan con los atuendos más llamativos, y los pertrechos más inverosímiles, y es con el mismo fin. Los humanos no somos diferentes, en el fondo y a nuestra manera, hacemos exactamente lo mismo, que cualquier otro ser de esta tierra, quizá porque, aunque nos cueste poco olvidarlo, la tierra no es solo nuestra casa, también es nuestra madre.

En mi caso cómo he dicho, decidí ir más lejos que nadie, y para impresionar al amor que me enloquecía, decidí ser cosmonauta. Supe desde siempre que cuanto más cerca estuviera del espacio, más lo estaría de acariciar su piel nívea y suave, de besar las cicatrices de su existencia, de abrazar su cuerpo liviano y cálido, y su alma sin gravedad, ni rencores.
Fueron años de lucha, sacrificio, y constante competencia, contra lo mejor, y los mejores, años que pasé contemplando el cielo, para sentirme cerca del sueño que me había propuesto. Aquel amor, valía cualquiera de mis sacrificios, o esfuerzos, y lo luché día y noche.

Ella por su lado, siempre jugó de forma inconsciente conmigo. Supongo que nunca pudo de verdad creer que un pequeño ser como yo, tuviera la pretensión de amarla. Era la más sabia de todos los seres que había conocido. Una sola mirada parecía bastarle, para poder hablar a la esencia de tu sangre.

Sus palabras en ocasiones te eludían e iban directamente a fundirse con la doble hélice de tu ser y en un solo instante comprendía el entramado de los aciertos y los errores con los que las leyes de la naturaleza, habían determinado tu existencia. Era hábil, tanto como bella, saltaba por encima de los artificios sociales, y te agarraba el alma, se adentraba en ti.

Te envolvía en la brillante emulsión de su charla y te rendías. Solo había una forma de hablar con ella, y era mostrándole la naturaleza de tu ser, de forma clara y sencilla, de lo contrario, ignoraba a la gente. Esa era su magia, la que me impresionó y determinó el resto de mis actos, desde que la sentí en mí por primera vez.  

Fue un mes de diciembre cuando supe, que los esfuerzos de tantos años compitiendo con toda la crueldad y la capacidad de mi mente, y mi cuerpo, con mi infinita mezquindad, y mis virtudes, había sido el escogido. No se engañen hay que ser cruel, y egoísta, para ganar la batalla en un mundo, dónde el amor es entendido cómo una debilidad y la poesía cómo una enfermedad incurable, que sólo te deja dos caminos, la locura o la soledad. Así que cuando recibí la noticia para tripular la misión, solo pude sentir una gran alegría, totalmente desprovista de remordimiento, porque, esa misión me llevaría junto a ella, lo sentía con la misma certeza con la que sentía el latido de mi vida.

La misión orbital, así la llamaron, era mucho más compleja que el nombre que se le dio al departamento de prensa, y sería un hito en la historia de la navegación espacial. Mi nave, debía experimentar el primer salto espacio-tiempo de la historia. Orbitaría unas horas alrededor de la tierra, y entonces mi impulsor cuántico se cargaría cosechando materia oscura de la piel del universo. El ordenador de a bordo trazaría un eje de coordenadas, y realizaría un corto viaje de la milésima parte de un nanosegundo, a un cuerpo celeste en nuestro sistema solar, plegando el espacio de modo que se completase con éxito el objetivo de dejar a la velocidad de la luz en pañales, y abrir la puerta a la humanidad para los viajes interestelares. La idea era no sólo alterar el espacio y cubrir grandes distancias, sino saltar también en el tiempo para lograr volver al punto de inicio de ambos ejes de coordenadas.
Mi trabajo era supervisar toda esa operación, y simplemente sobrevivir para contarlo, porque nadie quiere transportar cadáveres al otro extremo del universo. Tenía que realizar tres saltos espaciales, a tres destinos distintos. Venus, Plutón y la Luna. Todos cuerpos celestes cercanos, el viaje sería de psico-segundos, una nueva escala temporal. Se calculaba que, en cada viaje, en la tierra pasarían sólo pequeñas hebras de tiempo, tan diminutas que se harían imperceptibles a un microscopio de torio. Era tan veloz el salto, que allá en las pantallas convencionales de seguimiento, mi nave siempre estaría orbitando la tierra, pero la realidad sería que a la vez también estaría viajando a esos planetas, y a nuestra compañera celeste, la luna. Años de un proyecto tan secreto como descomunal estaban en juego, las pruebas preliminares habían sido exitosas, pero sin vuelos tripulados, y yo, había sido el elegido para ser el primero en hacerlo. Si todo salía bien, me esperaba la gloria, algo que no tenía mucho sentido para mí, sino fuese la única forma en que podría estar cerca de ella, y hacerla mía, con el permiso de sus labios nacarados, y de su inabarcable corazón.

Semanas después todo estaba listo, en la tierra once mil millones de seres ignoraban, la importancia de mi viaje orbital. Sólo unos pocos en el control de misión, temblaban, sobrecogidos de emoción ante la inminencia del primer salto espacio- tiempo, y sus consecuencias para la humanidad. Para mí todo se reducía a ella, me consumía la pasión, porque tras años amándola por fin podría tocarla, sentirla, vivirla, y lo haría en la primera fase del salto. Mi sueño de amor, dejaba de ser un delirio hecho de oscura bruma efervescente, para amanecer por fin sobre mis labios.

“Amada Luna, amante clandestina de todos mis sueños, pronto estaré a tu lado”, me decía y me repetía como una oración pagana y ancestral, tejida por años de febriles fantasías, que ahora se harían realidad. “La luna, el primer y único amor de mi mirada infantil. El germen de mi deseo. El único ente con cuya alma había logrado conectar, para sentirla amante de mis poemas, de mis sueños, de mi inspiración, de cada día de mi trabajo y sacrificio, la meta final de todo mi esfuerzo vital, por fin podría presentarme ante ti. Alcanzar tu epidermis, fundirme a tu ser palpitante, a tu alma de musa, y hacerte llegar un beso mitocondrial, mitad alma, mitad poema”. Cada palabra resonaba como un eco, en todos los rincones de mi cuerpo, mientras realizaba las últimas comprobaciones, en los paneles de navegación. Los motores de la nave comenzaron a rugir, bajo mi traje sentí erizarse mi piel. Estaba a sólo unos nanosegundos de una primera caricia. Mi impaciencia era infinita, rivalizaba con el cosmos, y con el maldito sueño que diera vida a su infinidad, miles de eones atrás en el tiempo.
“Cuatro, tres, dos, uno, ¡Salto!” Sentí un estremecimiento en cada partícula de la materia que había sido mi yo, a lo largo de mi vida. Sentí el universo gritar bajo mis pies, mientras desgarraba su carne espacio temporal, hasta el punto de torturar mis tímpanos. Sentí cada célula de mi sangre ser atravesada, por un hierro al rojo. Lloré atacado por un dolor, que transformaba mis lágrimas en afilados diamantes, que emergían de cada poro de mi piel, descuartizando mi cuerpo. Lloré con un dolor que navegó a través de la historia del tiempo. Creo que fui el primer animal consciente, que saboreó la amarga vesícula biliar de la eternidad, al experimentar la ausencia de tiempo. El terrible dolor hizo que todos mis huesos parecieran crujir, una y otra vez, partirse y recomponerse, una y otra vez. Recuerdo mi traje inundándose en sudor, y mis pulmones ahogándose en mi fétida esencia, y en un instante que casi pude medir como toda una vida, llegó la calma, y sentí una luz apoderarse de mi rostro. Estaba orbitando la luna, la primera fase de mi viaje había sido un éxito. La contemplé casi con temor, era tan hermosa, que, durante un instante, sentí que en el universo, solo estábamos ella y yo. la amé, mientras palpaba mi cuerpo para saber si estaba entero, o vivo o muerto.

Durante unos segundos la tuve ante mí, inmensa, mucho más bella de lo que jamás pude soñarla. Vestía de plata, con tonos de tulipán amarillo, era ligera, fuerte, delicada, sencilla, majestuosa. Volteó su mirada, me había visto llegar, era como si me esperase. Sentí sus musas dándome la bienvenida, eran cómo un perfume, que orbitaba su piel, y tras ellas llegó su voz. Recuerdo sus manos en mi rostro, su voz charlando con mi ser, como siempre lo había hecho. Las musas paseaban en mi alma, jugaban a recolectar sentimientos, y se sonrojaban, cuando estos las querían besar. No la había impresionado, me lo dejó claro, al menos no por hacer ese viaje, ni siquiera por el impacto de todo cuanto había sentido. Simplemente me dijo que le encantaba el aire que susurraban mis sueños, y me citó para bailar aquella noche. Quizás no podríamos bailar aquella noche, pensé con tristeza, pero habrá muchas más amor. La misión, obedeciendo a su programación automática proseguiría, y aunque habría deseado descender y bailar con ella bajo la atónita mirada de las estrellas, sabía que no me sería posible.

Creerán que me he vuelto loco, es comprensible, pero juro por mi recién adquirida fe en la eternidad divina, que todo fue real. Estaba en éxtasis, cómo un niño que espera al anochecer un milagro, y lo ve aparecer en el cielo, cuando el ordenador de a bordo, detectó un fallo crítico. Algo extraño ocurría. Debía orbitar la luna para volver a cargar el motor cuántico, pero por alguna razón no estaba sucediendo eso. Inmediatamente puse en práctica todos los protocolos aprendidos durante el entrenamiento, para localizar el origen del fallo. El análisis concluyó que el motor cuántico no se estaba cargando o más bien, lo hacía con poca intensidad de flujo. Tras una segunda, y una tercera comprobación de diagnóstico, quedé asombrado por la incontestable fiabilidad de las lecturas, y su innegable resultado. Me hallaba orbitando la luna, pero, a más doscientos millones de años atrás en el tiempo. Era fascinante, y aterrador, Inmediatamente orienté las cámaras para visualizar la tierra. Los continentes eran del todo distintos, de hecho, pude reconocer Gondwana y Laurasia, en pleno periodo triásico. Comprobé incluso la posición de las constelaciones a mi alrededor, la posición de las estrellas era distinta, no había duda alguna. El salto espacial había sido perfecto, el temporal había resultado un desastre. Aunque eso no era lo peor, el desfase del salto en el tiempo me había dejado sin apenas energía, y el motor apenas era capaz de recoger materia oscura. La materia oscura por alguna razón que desconocía, estaba encriptada con distinta densidad. El motor tardaría semanas en cargarse y en menos de cuarenta horas la fuerza gravitatoria lunar me atraparía, para hacer que me estrellase en su superficie. La misión había fracasado.  

Me preguntaba si habría desaparecido ya de las pantallas de seguimiento, a más de doscientos millones de años en el futuro, de hecho, debería haber llegado a mi orbita original, así que intuí que sí. Me pregunté si el hecho mismo de hallarme, en esta franja de tiempo, no habría roto la línea temporal, y si el futuro del que venía, existía, dudo que jamás ningún ser se sintiera tan perdido, en el espacio y el tiempo, como me sentí en aquel momento. La misma palabra, perdido, carecía de la amplitud para describir la situación, en la que me encontraba. Desesperado, me puse a trabajar, buscando la forma de volver a poner en marcha el salto, y tras unas horas de un trabajo extenuante, el ordenador de a bordo, y yo llegamos a una respuesta, no era posible reemprender la misión, ni siquiera evitar la colisión con la superficie Lunar.

Se sabía desde el principio, que una misión de la índole que se acometía estaba sujeta a una razonable probabilidad de desastres. Quizá por eso fui el escogido para el primer ensayo, de todos los candidatos aptos, era el único sin vínculos emocionales, ni consanguíneos en la tierra, nadie me echaría de menos, lo que ayudaría a encubrir tanto la misión como su resultado. Una agencia del gobierno es todo, menos descuidada, cuando se trata de ocultar. Aunque lo cierto es que a mi eso me daba del todo igual. En un primer momento, me mantuve frio, para eso me habían entrenado, para no enloquecer, ni ante la inminente amenaza de la muerte. Momentos más tarde cuando analicé la amenaza y fui consciente de que además de inminente, era irremediable, sentí que me derrumbaba. Nadie quiere morir, con o sin dios a quien encomendarle la continuidad de la existencia, cada ser humano desea prevalecer. Mi apego por la vida social, nunca fue, por así decirlo, estrecho, pero jamás me había planteado mi apego por la vida sin más. Me había entregado a mi sueño, sin contemplar siquiera la posibilidad de morir, antes de poder cumplirlo. Tampoco la de morir mientras se cumplía, y todas las proyecciones de mi fantasía una vez logrado, era disfrutarlo durante largo tiempo, envejecer junto al amor de mi vida. Maldije mi suerte, una tristeza gélida, me desgarraba por dentro. Perder mi vida, era perderla a ella, y eso me resultaba insoportable. Tan cerca, y tan pronto, tan lejos. No dejaba de pensar en ello, si todo hubiese salido bien, podría haber repetido ese viaje cuantas veces hubiera querido. Me habrían otorgado la residencia científica, habría podido vivir mi vida a su lado. Ahora ya no había sueño, ni esperanza, me resigné, algo nuevo para mí. Fue cuando verdaderamente percibí, lo que significaba para mí, perder la vida, y que era morir. No ha habido hombre más triste en toda la historia de la humanidad, doscientos millones antes de que existiera hombre alguno. No sabía ni cómo prepararme para lo que había de venir, el tiempo se agotaba, así que me puse a creer en dios y en la vida eterna, aunque eso ya lo saben.

Eché una ojeada por el ojo de buey de mi nave, orientado hacia la lejana tierra. vi una tierra límpida y azul y mucho más joven de la que dejé atrás, pensé en los terribles episodios que le quedaban por vivir, a ella, y a toda esa humanidad, que aún era apenas una musaraña recolectando frutos para sobrevivir. También en todas sus dichas, y en todos los que tendrían la suerte, de cumplir sus sueños. Era desgarrador para mí, yo no sería uno de ellos. Me estaba venciendo la amargura, la ira, agonizaba falto de aire, y mi vida se hizo patente en recuerdos, que acudían a mí, sin que pudiera detenerlos. El camino recorrido, las noches y los días mirando al cielo, sintiendo la presencia de mi amada, y el agradable escalofrío, que me recorría cuando imaginaba el día en que podría alcanzarla. Recuerdos, de toda mi lucha, mis fantasías, mis esfuerzos, todo lo realizado para llegar hasta el momento actual, y me sentí orgulloso. No diré feliz, pero si agradecido, por la vida que había tenido. La vida que mi sueño de amor y su persecución, me habían proporcionado.

¡Fue en ese momento cuando se me ocurrió que tenía una cita para bailar! ¡Si, aquella misma noche! Mi brillante amada, me había pedido bailar, y decidí que no faltaría a esa cita. Recobré todo mi ánimo, tenía un nuevo sueño que cumplir.

Inicié una serie de cálculos en el ordenador, con la tensión abriendo mi pecho como el escalpelo de un forense, no podía cometer un solo error. Tardé apenas unos segundos, y una sonrisa acudió a mis labios resecos ¿Era posible? ¡Era posible! Podía alunizar, el módulo quedaría prácticamente deshecho, pero si lograba saltar a tiempo podría incluso dar un paseo lunar dentro de mi traje presurizado. Duraría unos treinta minutos en escala de tiempo de vida humana. Era un hombre muerto, pero era feliz, se me había concedido, morir sobre su torso. Podría besarla con mi último aliento, y quizás sus musas vinieran a buscar la materia de mi alma, y me fundiese con ella para siempre. Ese parecía un bello y nuevo sueño por el que seguir luchando. Me puse sin dudarlo a hacer los preparativos necesarios, y mientras lo hacía, una idea comenzó a obsesionarme.

Quería dejar testimonio de mi historia de amor, de mi muerte, de mi desgracia, pero también de mi fortuna, porque iba a morir tendido sobre su piel plateada, y no dentro de aquella chatarra espacial. Quería dejar un mensaje que lo contase todo, sobre mi historia, mi historia de amor, porque otra historia que contar no tenía, y debía llegar a alguien en la otra orilla del tiempo a doscientos millones de años de distancia. La nave estaba lista para el alunizaje, y me puse a revisar los protocolos de comunicación, debía haber alguna forma de hacerlo. El carácter secreto de la misión, restringía al máximo las comunicaciones exteriores, eso lo complicaba todo. No disponía de mucho, los comunicadores de emergencia, que enseguida descarté porque, por razones obvias no contenía una fuente de energía, que pudiera emitir mi mensaje durante doscientos millones de años, y la caja negra, aunque por más que lo intentaba me era imposible descifrar su código de cifrado, en el tiempo que me quedaba. Me sentí abatido, otro sueño, que se me atragantaba. Como todo hombre, habría querido trascender, dejar mi legado, mi historia, pero mi historia estaba destinada a morir conmigo.  No recordaba haber sentido lágrimas tan amargas emergiendo en mis párpados desde la más primigenia infancia, pero ocurrió.

El piloto automático, emitió la señal de cuenta atrás, para el alunizaje, no quedaba tiempo para lamentarme. En breve estaría con la luna y quería ofrecerle mi mejor cara, no quería ofrecerle un rostro triste o batido, deseaba entregarle la última sonrisa que emergiera de mi rostro. El modulo emprendió las maniobras, en poco tiempo comencé a descender hacia orbita baja. Seguía triste, pero sentí una pequeña esperanza crecer en mi cavernosa tristeza, conforme veía cómo la nave, se acercaba a la piel de mi amada. Ella debía de estar mirando mi alma, así que era imposible que no advirtiera cuanto ocurría en ella. La nave se fue descomponiendo, pedazo a pedazo, no había sido diseñada para esa maniobra, entonces, me lastré y salté. controlé el descenso con mis emisores de aire. Al poco tiempo me posé de forma suave sobre la luna, fue nuestro primer beso. Hubo un sabor tímido y dulce, una brisa escarchaba mis labios, y hubo un fugaz fervor de pasión contenida, que me tomó por sorpresa. Su tacto era cálido, la sentí recorrer mi corriente sanguínea.

El respirador parpadeó y me recordó que tenía treinta minutos de autonomía, mi traje inteligente, me recomendaba precaución y no alejarme del módulo. No pude contener una sonrisa. A veces una sonrisa en mitad de la más desesperada situación, te hace olvidar tu tragedia, y eso me ocurrió en aquel momento. Miré a mi alrededor, era tan bella, y di las gracias al creador de aquella bóveda celeste, salpicada de estrellas, que brillaba sobre mi cabeza, por permitirme morir junto a ella. No tenía noción del tiempo, me costaba respirar.

Su voz vino a buscarme, se hizo corpórea en una de sus musas, se hizo sonrisa, y se unió a la mía, se hizo cabellos largos y se hizo abrumadoramente alma, en una hermosa mirada. Charlamos, ella me preguntó qué quería bailar, no se me ocurría nada, ella sonreía. Mis piernas empezaban a fallar, apenas podía sostener mis brazos sobre su cintura, miré el temporizador, seis minutos. El tiempo es un canalla veloz cuando en un fragmento de tu vida logras ser feliz. No sé si fue un recuerdo, pero a mi alma acudieron las notas del piano de Debussy, su claro de luna brillaba en el rostro de mi hermosa luna. Ella lo sintió y empezamos a bailar, apenas me movía, aunque me sentía volátil, ella me preguntó porque había encontrado una mancha de tristeza en aquel momento. Siempre me leía, sin el más mínimo error. Le expliqué que quería darles a otros la historia de mi romance junto a ella, y no podía hacerlo. Ella me besó, y me dijo, << ahora formas parte de las musas, alguien desde esta luna narrará tu historia, mi amor. Algún día, un poeta, un enamorado, un lunático preso del hechizo selenita, la escuchará cuando miré hacia la luna, y la contará por nosotros, te lo prometo>>.
Con la última ráfaga de aire, logré sostener una sonrisa, sentí como la besaba. Lo vi todo tan claro entonces, cómo Debussy había visto su preciosa composición. Sentí caer mi cuerpo, el aire me dejó apenas expiró mi beso, mi sangre se apagaba, mis ojos se nublaron, y aun así podía ver su rostro, su halo plateado. Sentí su voz, fue lo último que sentí, y sonreí sabiendo que algún día alguien contaría mi historia. Ese era mi último deseo, que alguien contase cómo había llegado a besar a la luna. Morí mientras ella me abrazaba, mientras recostado sobre su pecho, miraba la tierra azul, donde se contaría mi historia.

                                                            Fin

Nota del autor.


» Pueden o no creerlo, pero esta historia la oí ayer, vino simplemente cuando como muchas otras noches, me quedé hechizado escuchando a las musas selenitas. La historia de un hombre del futuro que murió hace doscientos millones de años en brazos de la luna, alguien de allí me la contó»
Mik Way. T ©

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El autor

 

4 respuestas a “«El último deseo»

  1. Muy interesante, pero no es esto una manera de elevar a un desequilibrado a la categoría de héroe romántico ?
    Creo que su locura, y el amor, son cosas diferentes, el amor se vive sin locura, solo con pasión, y luego está se muere, y no queda mucho. Alguien cree que no es así ?
    Esperas a cumplir una edad, y tres matrimonios, lo mejor mis tres nietos.

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    1. Bueno en cierto modo todo amor nos trae desequilibrio, todos los enamorados son héroes, pero en esto del amor, todo ser es un universo independiente, y cada uno lo sufre, lo disfruta o lo transforma, a su modo, me alegra que en su caso lo haya disfrutado mucho, y le haya dejado tres tesoros, que seguro son su nueva pasión transformada. Un abrazo y agradezco tu comentario.

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