
La noche caía dotando al paisaje de un tinte rubicundo y trágico; Alesi no pudo evitar recordar la sangre derramada, manando sin control a través de la profunda y mortal herida << Si no hubiera estado embarazada>>…Mya no habría tenido que ayudarla, y estaría vivo.
Un miedo atroz dominaba sus instintos. Sus ojos redondos escudriñaban la tiniebla; sus pupilas dilatadas se resecaban debido el esfuerzo baldío de vislumbrar una forma en la densa penumbra y descubrir al asesino; no estaban concebidas para abrirse paso en el no sol. La piel erizada, advertía del peligro, al contrario que la luz del día, no se había desvanecido. La oscuridad se adueñó de las formas cotidianas del paisaje, transfigurándolo todo en un lugar siniestro. Con sumo cuidado y en absoluto silencio, palpaba las ramas del árbol que le servía de refugio. Había logrado ocultarse entre el espeso follaje de las más altas, pero temía que no soportasen su peso. La muerte acechaba a ras de suelo, lo presentía. Intentaba controlar el ritmo acelerado de su corazón. Alesi, podía oírlo retumbar fuertemente en su pecho, y con seguridad el asesino de Mya, también lo haría. Hizo un esfuerzo extremo para controlar las enérgicas contracciones de su respiración, avivadas por el terror, temiendo que pudieran delatarla. Los sonidos de la noche, atenuados por la presencia del asesino, se imponían ocasionalmente. Emboscado entre ellos Alesi creyó reconocer, el desgarrador y gutural murmullo del carnicero. El pánico estrangulaba su estómago. El recuerdo de la yugular seccionada de Mya, y el reguero de sangre que brotó de su cuello, se repetía una y otra vez. La mirada de su compañero, consciente de su inminente muerte; el horror y la pena en sus ojos vidriosos; la desgarraron por dentro. El instante póstumo antes de morir, fue su último acto de amor mutuo. Luego la mirada de su compañero se llenó de vacío, y su cuerpo inerte, fue quebrado y despedazado ante la horrorizada mirada de Alesi.
A través del espejo follaje contempló, el centelleo del no sol; un cielo oscuro punteado por destellos luminiscentes. En el tiempo sin sol, los ojos de los muertos observaban el mundo, hasta el amanecer. Buscó desconsolada el brillo de los ojos de Mya, pero eran tantos los que allí arriba lucían; se sintió perdida, confundida, sola. Un leve rugido en la base del árbol, la devolvió al estado de pavor, y petrificó todos sus músculos. Se afanó para esconderse en el silencio, bajo su invisible y protectora esencia. Alesi cerró los ojos y se encomendó al azar; el impasible, y caprichoso soberano, que dirimía indolente, sobre la vida o la muerte y sobre todo cuanto sucedía en la tierra.
El alba llegó, el asesino debía haber agotado la paciencia, o la oscuridad decidió llevárselo consigo para alimentar a los muertos del cielo. Todos lo sabían, el tiempo del no sol, también come, mata con sigilo, y no deja nada para el día. Alesi esperó a que el sol, se alzase sobre el lecho pálido y ahora vacío, de las brillantes miradas de los muertos. No sentía la presencia de peligro y no podía permanecer paras siempre en aquel árbol. Era hábil trepadora, pero el embarazo dificultaba sus movimientos. Su cuerpo entumecido al haber permanecido inmóvil en su refugio, la entorpecía. Sus manos y sus pies, al límite de sus fuerzas, descendían con precaución, pero cuando estaba cerca de la base, se agarrotaron y cayó. No fue una caída desde mucha altura, su instinto maternal fuertemente arraigado, le hizo recobrarse rápidamente. Se había llevado las manos al vientre, para comprobar el estado de la cría; sintió su latido, ajeno a todo, sintió la paz que respiraba aquella nueva vida en su interior. Fue cuando descubrió algo que cambiaría el mundo para siempre.
Erguida sobre sus extremidades inferiores, Alesi se sintió, como un nuevo ser, casi como un nuevo dios, la euforia la invadió ¡Jamás, excepto los que cruzaban el cielo batiendo sus plumas, había visto nada que se sostuviera sobre dos patas! Descubrió una nueva perspectiva del mundo por encima de la hierba alta, un nuevo y prometedor horizonte, algo nunca antes contemplado por los trepadores. Supo enseguida, que se abría un nuevo destino para ella, para su nueva cría, para su especie, supo que todo cambiaría. El aire fresco de la mañana, renovaba de entusiasmo y alegría todo su ser. Las piernas, apenas la sostenían, pero era tanto lo que podía ver a lo lejos bajo el sol radiante de la mañana; bajo el cielo abierto a un azul intenso, que permaneció en esa postura cuanto pudo. Recordó el momento anterior a la muerte de Mya, << Si hubiéramos visto el horizonte, habríamos visto acercarse a dientes de sable, y Mya se habría salvado>>. Una lágrima recorrió su velluda mejilla. Una lágrima fruto del dolor, sí, pero también de la esperanza. Adivinó un futuro mejor para su cría. Ellos no eran las criaturas, más fuertes; no eran las más veloces; ni las más ágiles; no podían volar, no tenían veneno en sus dientes; nada les hacía sobresalir sobre las demás criaturas. Contempló sus manos, libres del trabajo pesado y agotador del desplazamiento entre las ramas; o apoyándose en la tierra cuando bajaban al suelo aterrador, en busca de alimento. Las manos emancipadas de tan tosco trabajo, eran algo que el resto de las criaturas no tenían ¿Podrían tal vez, marcar la diferencia? Una mirada inquieta, iluminada por el asombro y la curiosidad, se desplazaba de sus extremidades, al deslumbrante cielo, y no dejó de preguntarse qué podría hacer con ellas.
Su nueva cría se removía dentro de su vientre. Se sostuvo erguida unos segundos más. Los suficientes para sentir que el sabor acerbo del aire, que anunciaba muerte todos los días; desde que la memoria le reportaba recuerdos, ahora se dulcificaba en su paladar anunciando una nueva era.
Mik Way. T ©
¿Qué pensó aquel primer póngido, antecesor de los homínidos, cuando descubrió que podía sostenerse, sobre sus extremidades inferiores? ¿Cómo sucedió? Este relato especula sobre un hecho que cambió la historia del mundo, y de la vida en nuestro planeta; la primera vez en que uno de aquellos póngidos se mantuvo erguido, y contempló un mundo totalmente distinto.
Ya me contaréis que opináis sobre ello, un saludo y un abrazo a tod@s¡¡¡¡
PD No revisé en exceso el texto, cualquier apunte será muy bien recibido, saludos a tod@s ¡¡¡¡
Hola Mik que interesante…bien capturado ese momento decisivo donde los Australopithecus Afarensis iniciaron su andar erguidos. Muy bien contado, muy buenas descripciones. Saludos!
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Gracias Ana, muchas gracias por tu lectura y comentario, Un abrazote grande¡¡¡
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Hola, Mik! Me encantó el relato. Muy creíble y, además, transmite ese sentimiento de indefensión, temor y pérdida por la muerte del compañero y por el acecho del diente de sable. Me alegra que hayas elegido a la mujer como la que hizo el click para pasar a la postura de pie de estos homínidos. El fin lo justificaba.
Un abrazo
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Me ha gustado tu relato.Nos has hecho viajar
a nuestros antepasados,logrando plasmar una historia con acierto y maestría,hasta el final de ese proceso.Que dará lugar al momento más álgido:La puesta de pie,sobre sus extremidades
Inferiores.
Muy interesante¡¡¡👍👏
Un abrazo.🕊🌹🕊🌹🕊
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Hola Susan, pues me encanta que te haya gustado, el relato expone un posible explicación a un hecho histórico que sin duda se produjo, alguien debió ser el primero en experimentar esa sensación que describo, un gran abrazo, gracias por tu lectura y comentario, saludos¡¡¡
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