» El Ladrón»

Lo vi subir al vagón y supe que lo era, lo tenía escrito en el rostro, esa mueca inteligente, avispada, que rastrea el entorno, que calcula posibilidades, que escanea a la gente de arriba abajo, tratando de valorar cual puede ser su víctima. Quise gritar a todo el mundo, advertirles, para que se pusieran en guardia, para que guardasen todo cuanto llevasen de valor, y aquel ladrón no pudiera hacerse con nada, pero no me atreví.

No reuní el valor suficiente, amedrentado, por una amarga sensación de miedo y vergüenza ¿Y si nadie me hacía caso, y si me ignoraban? No sería de extrañar esa reacción, en este mundo absurdo e insolidario, donde la gente sólo mira por sí misma, exaltando el individualismo y la falta de empatía, hasta los límites de lo enfermizo. Valoré la situación y proyecté en mi imaginación la escena, y con sensible aumento de mi temor observé con claridad meridiana, como mi advertencia, pasaba inadvertida para todos, excepto para el ladrón, consiguiendo sólo convertirme en el blanco de su atención. Las consecuencias eran obvias, éste llevado por el rencor de ver su plan frustrado, se centraría en mí y me robaría, y ejercería su despiadada violencia sobre mi persona, ante la total y fría indiferencia de la gente. En el mejor de los casos terminaría siendo el video más visitado en las redes sociales, con algún título del estilo, “Entrometido, recibe su merecido”, “Violencia y sangre en un vagón”. Esta perspectiva, reafirmó mi convicción de no hacer nada. Así que decidí no gritar, ser uno más y preocuparme sólo de mí.

El tren paró en la siguiente estación, plaza Cataluña. El vagón se llenó, supe que el ladrón no tardaría en actuar. La decisión de mantenerme ajeno, no impedía que mi entrenada sutileza, dejase de prever sus movimientos. Era el mejor momento, con el vagón atestado, de humanidad inconsciente y disoluta, turistas obnubilados, trabajadores estresados, jóvenes efervescentes, ancianos difusos, perros y gatos, todo el espectro social a su disposición para poder escoger una presa fácil. Toda aquella masa desprevenida, alentó mi valor, el mundo necesita héroes, actos de valor. Debería haberme bajado en la siguiente estación, pero quería hacer algo por evitar que aquel ladrón actuase, era mi deber y había tomado la decisión. Hoy no iba a ser su día, superado mi miedo, hoy sería el día de los justos.  

Vi como su mirada se centraba en un grupo de chicas y chicos jóvenes, que reían y charlaban despreocupados, vi como sus ojos estudiaban, cada detalle del grupo, cada gesto de cada persona que lo componía. Sus pupilas se dilataban y se contraían, mientras acechaba con su afilada mirada, para aprovechar el momento más oportuno, y atacar, a los que sin duda iban a ser sus próximas víctimas.

Su rostro de tez oscura, su pelo lacio, fino y azabachado, su aro plateado colgando de la oreja, y sobre todo ese gesto descarado, atrevido, seguro, propio de a quien le importan poco las normas y las consecuencias de incumplirlas, dios como lo aborrecía. Un brillo fugaz en su mirada de reptil, le delató. El momento de actuar había llegado, el ladrón de forma hábil, se había desplazado cerca de sus víctimas, aprovechando los movimientos del pasaje que se apeaba o subía al tren en las estaciones. Con movimientos bien estudiados, casi armonizados con los de aquel ruin personaje, logré ponerme a su lado sin levantar sus sospechas. Reparé en un macuto que llevaba colgando de su hombro, sin dejar de mirar al grupo, metió su mano dentro. La inminencia del ataque era segura, que sorpresa se iba a dar, cuando mi intervención frustrase su despreciable acto. Me relamía, no sabía cómo lo haría, pero la rabia que sentía fluir en mi interior, me había infundido el valor necesario, y ya no tenía dudas, que gran satisfacción estaba a punto de obtener. Vi su mano revolver dentro del macuto, a saber, que andaba buscando para cometer su deleznable robo, quizá una navaja, o una de esas tpv portátiles con las que dicen que te hacen cargos en la tarjeta. Fuese lo que fuese la hora de la verdad había llegado.

El desgraciado respiró hondo, también yo lo hice, éramos como una pareja de baile listos para entrar en acción. Su mano salió del macuto con cierta violencia, quise gritar, pero mi garganta de forma instintiva estranguló el sonido de mi voz, cuando el muy cabrón, con la inocencia de un cordero en la mirada enarboló un lápiz entre sus malditos dedos ¡Un maldito lápiz! Luego sacó una pequeña cuartilla de dibujo, y con rapidez y mucha destreza, y con unos pocos trazos empezó a bosquejar al grupo de chicos y chicas. Gestos, sonrisas, poses, unas caricaturas casi graciosas y llenas de talento artístico. Quise matarlo, asesinarlo allí mismo, y de haber reunido coraje, lo habría hecho, lo habría aplastado como a un insecto. Lo odié con todo mi ser, se bajó en la siguiente parada, como si no hubiese hecho ningún daño. Quizá no a los demás, pero a mí, a mí me había robado ¡Sentí que me había robado, no sé bien qué y menos describirlo, pero me había robado, me había dejado vacío! Hundido, pequeño, cobarde, y desvalijado. La ira me consumía, apenas lograba contener la espuma que amenazaba con desbordar mis labios, mientras el tren continuaba la marcha, y aquellos jóvenes se maravillaban con los bocetos de aquel maldito ladrón, en sus manos.

Mik WAY. T ©

Foto: Alexander Burzinskij

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7 respuestas a “» El Ladrón»

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