» El manicomio de las sonrisas del mundo»

Al principio me parecieron perlas, vestidas con trajes de algodón, luego creí que eran mis conciudadanos, arrugados dentro de sus muecas, a causa del frio inusual de un febrero árido y tacaño. No dejé de rascarme los ojos, no había bebido, ni fumado, ni casi respirado las toneladas de mierda que la civilización escupe sobre el aire, a causa de su incontenible tisis, pero también estaba equivocado

Se movían como fantasmas, tenían piernas muy finas, aunque tenían cuerpo y cabeza, y algunos de ellos lloraban espinas. No eran humanos, y nada había más humano que ellos, eran ligeros como el aire, eran fríos y calientes, eran odio y eran amor. Se hacían grandes y pequeños, se hacían sólidos y omnipresentes, o se escabullían detrás de cualquier esquina. Eran sentimientos, y eran deseos, eran inocentes y trúhanes indecentes, eran sombras débiles y huesos poderosos. 

Paseaban por un limbo sin escamas, que se abrió ante mis ojos. Fue como abrir una ventana a un cerebro universal, y allí caminaban aturdidos, los sueños de la humanidad, como recién levantados de la cama, perezosos, desnudos y sin vanidad. Pudieron parecer delirios, pero eran sobre todo sueños. Los vi caminar sin aliento, como una manada de muertos, sonreían, subsistían aferrados a una fina telaraña, de ese resistente insecto al que llaman esperanza. Los vi caminar, con los pies desnudos, desnutridos y con el pelo grasiento. Encerrados en un parque para locos, vigilado por un psicótico guardián, que se come la rutina para desayunar y se emborracha de razones, cuando lo incomprensible le reseca la garganta. 

Los sueños, envejecen y pierden masa muscular, suelen acabar ataviados con pijamas viejos y con el pellejo colgando de sus hombros grises. Mueren regando con ilusión un infinito jardín de cenizas, encerrados en ese pequeño manicomio que la razón, construye para ellos, en algún hueco sin llenar, dentro de nuestra cabeza. Allí terminan sus días cubiertos de polvo y olvido y sin embargo no dejan de ser la llama que enciende la imaginación, mientras se pasan la vida haciendo transfusiones de sangre al alma que ha sido abatida. No existe un solo camino que deseemos emprender, que antes no haya comprado una generosa ración de su esencia.  


Mik Way. T ©

29/10/11

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