Lo vi subir al vagón y supe que lo era, lo tenía escrito en el rostro, esa mueca inteligente, avispada, que rastrea el entorno, que calcula posibilidades, que escanea a la gente de arriba abajo, tratando de valorar cual puede ser su víctima. Quise gritar a todo el mundo, advertirles, para que se pusieran en guardia, para que guardasen todo cuanto llevasen de valor, y aquel ladrón no pudiera hacerse con nada, pero no me atreví.
No reuní el valor suficiente, amedrentado, por una amarga sensación de miedo y vergüenza ¿Y si nadie me hacía caso, y si me ignoraban? No sería de extrañar esa reacción, en este mundo absurdo e insolidario, donde la gente sólo mira por sí misma, exaltando el individualismo y la falta de empatía, hasta los límites de lo enfermizo. Valoré la situación y proyecté en mi imaginación la escena, y con sensible aumento de mi…
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